martes, 16 de junio de 2009

Russian winds

Llevo unas cuantas horas preguntándome insistentemente cómo se sobrevive al látigo de la belleza, a la embriaguez estética que me invade desde que abandoné los canales sumidos en las noches blancas de San Petesburgo. ¿Cómo continúa la vida tras este derrame excelso de hermosura y encanto?. Jamás una conclusión tan rotunda como la que imprimió en mí Moscú había habitado antes mi mente. Todo parecía nacer de este ser tan titánico llamado Mockba. Decenas de viajes y estancias durante estos años de adolescencia y juventud al este de la vieja Europa que parecían ahora converger en las calles de Tverskaya. Un alma que permanecerá atada para siempre a aquellos primeros arpegios de Tosca en el Bolshoy.
Se puede llorar junto al Río Neva contemplando la fastuosidad de las salas del Hermitage envueltas por el perfume y los tacones sigilosos de las mujeres más bellas que hasta ahora mis ojos adivinaron. Es mi verdad, quizá fatigada por el éxtasis diario de cuerpos y metrópolis.¿Un momento improvisado? una de tantas mañanas ascendiendo a través de las cadenciosas e infinitas escaleras automáticas del metro. Sin duda, el mejor de los espectáculos posibles. ¿Una canción?, Miss Kittin & The Hacker y cada uno los mil sueños que intercambié furtivamente en las calles de sendas urbes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Envidia de viaje macho! viste a Rasholnikov deambulando apesadumbrado por alguna calle de San Petersburgo? ya me contarás tío...

A.S. Olivier dijo...

Seguramente con la compañía de un Santo Varón como Vd. dispuesto a entregarse al fragor de la batalla sin ningún tipo de temor, y sí por el contrario con toda la vehemencia exigida para estos casos, los éxitos y las victorias hubiesen sido más sabrosas.
Aquellas tierras son demasiado ricas para un sólo hombre...