martes, 6 de octubre de 2009

Darkness on the edge of town

Todo parece hoy un sueño. Uno de esos viajes que estremecerán tus sentidos hasta el último de tus días. Demasiados rostros, excesiva la generosidad recibida, irrepetibles los momentos de carcajada y complicidad. Un viaje, tres etapas, una única magia. Los días en el apartamento de Jersey City estuvieron llenos de sol y deseos, junto a mis dos anfitriones Rob y kasia. Inolvidables los desayunos en la terraza de la calle mercer y el trato recibido para quien acostumbra a ser más anfitrión que invitado. Qué bien sienta NYC una vez digerida la potencia y el estruendo emocional que producen las primeras visitas. El día compartido junto a Carlos en D.C. todo un encuentro lleno de sabrosos detalles y amistad. La capital fue sin duda un dulce descubrimiento. Recoger a César, José y Juan Carlos en el JFK días más tarde y empezar un viaje en nuestro Chevrolet Tahoe a lo largo del estado de Nueva Jersey fue algo especial. Juntos confirmamos que el polvo de arena de Atlantic City puede convertirse en oro, y que la vida puede que sea sólo eso, una partida de Black Jack en los bajos de nuestro hotel, el Taj Mahal. La casa de Mikell y los días en Asbury Park seguro que serían los elegidos por los cuatro como los más queridos. Sólo el mejor y más dedicado fan del boss que conozco (César) podía arrivar nuestro chevi hacia una orilla tan enigmática y bella. Cuánta melancolía y emoción atlántica se respira en aquel paisaje aparentemente yermo. Las noches en el Watermark, el Stone Pony o el Wonder Bar son historia y futuro pendiente. Quién sabe cuántas promesas nos hicimos paseando a lo largo del boardwalk. La hermosura de esas playas tiene algo de indescifrable, de secreto velado para el viajero, que inconsciente, quedará afectado para siempre por el salitre de su magia.
En el estadio de los Giants, condenado a una pronta demolición, vimos a Springsteen y su E-Street Band en primera fila en lo que fue nuestro retorno a NYC. Lo que se respiró fuera y dentro del recinto es algo inenarrable. Digno simplemente de ser vivido. Sólo quiero dejar testimonio de ese espectáculo de más de tres horas con esta canción, Racing in the Street, porque tiene a partir de entonces un signficado muy especial para mí. Y como foto, una que tomé en Atlantic City, por lo que supuso entrar en ese fascinante teatro de la mano del Boss y de los chicos a bordo de nuestro Chevrolet.

Sin duda, durante este corto e intenso periplo, ha habido muchos instantes para el recuerdo de los que estáis y para los que nos dejaron. Seguramente ninguno íbamos del todo solos en este viaje tan irrepetible como certero.